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sábado, 21 de enero de 2017

Poesía siglo XIX


Juan Antonio Pérez -Bonalde Pereira

Nació en Caracas-Venezuela el 30 de enero de 1846 y murió en La Guaira-Venezuela el 4 de octubre de 1892. Perteneció al movimiento del modernismo y romanticismo, es considerado como el máximo exponente de la poesía lírica. Su vida estuvo marcada por la pobreza y muertes de seres queridos, incluyendo a su hija única Flor, razón por la cual se aferró más aún a la poesía. 



Obras:
  • Flor
  • Vuelta a la patria
  • Poema del niágara



 Flor 
Flor se llamaba: flor era ella,
flor de los valles en una palma,
flor de los cielos en una estrella,
flor de mi vida, flor de mi alma.

Era más suave que blando aroma;
era más pura que albor de luna,
y más amante que una paloma,
y más querida que la fortuna.

Eran sus ojos luz de mi idea;
su frente, lecho de mis amores;
sus besos eran dulzura hiblea,
y sus brazos, collar de flores.

Era al dormirse tarde serena;
al despertarse, rayo del alba;
cuando lloraba, limbo de pena,
y sus abrazos, collar de flores.

Era al dormirse tarde serena;
al despertarse, rayo del alba;
cuando lloraba, limbo de pena;
cuando reía, cielo que salva.

La de los héroes ansiada palma,
de los que sufren, el bien no visto,
la gloria misma que sueña el alma
de los que esperan en Jesucristo.

Era a mis ojos condena odiosa
si comparada con la alegría,
de ser el vaso de aquella rosa,
de ser el padre de la hija mía.

Cuando en la tarde tornaba al nido
de mis amores, cansado y triste,
con el inquieto cerebro herido
por esta duda de cuanto existe.

Su madre tierna me recibía;
con ella en brazos, yo la besaba..
. ¡Y entonces... todo lo comprendía
y al Dios sentido todo lo fiaba!...

¿Que el mal impera? ¡Delirio craso!
¿Que hay hechos ruines? ¡Error profundo!
¿No estaba en ella mirando acaso
la ley suprema que rige al mundo?

¡Ah, cómo ciega la dicha al hombre!
¡Cómo se olvida que es rey el duelo,
que hay desventuras sin fin ni nombre
que hacen los puños alzar al cielo!...

¡Señor!, ¿existes? ¿Es cierto que eres
consuelo y premio de los que gimen,
que en tu justicia tan sólo hieres
al seno impuro y al torvo crimen?

Responde, entonces: ¿por qué la heriste?
¿Cuál fue la mancha de su inocencia?
¿Cuál fue la culpa de su alma triste?
¡Señor!, respóndeme en la conciencia.

Alta la llevo siempre, y abierta,
que en ella negro nada se esconde;
la mano firme llevo a su puerta,
inquiero... y ¡nada, nada responde!

Sólo del alma sale un gemido
de angustia y rabia, y el pecho, en tanto,
por mano oculta de muerte herido,
se baña en sangre, se ahoga en llanto.

Y en torno sigue la impía calma
de este misterio que llaman vida,
y en tierra yace la flor de mi alma
¡y al lado suyo mi fe vencida!

II

¡Allí está! Blanca, blanca,
como la nieve virgen que el potente
viento del Norte de la cumbre arranca;
como el lirio que troncha mano impía
orillas de la fuentes
que en reflejar su albura se engreía.

¡Allí está!... La suave
primavera pasó; pasó el verano,
y la estación poética en que el ave
y las hojas se van; retornó el cano,
pálido invierno, con su alegre arreo
de fiestas y niños, y aún la veo
y la veré por siempre... Allí está..., fría
entre rosas tendida, como ella
blancas y puras y en botón cortadas
al despuntar el día...

¡Ay! En la hora aquella,
¿dónde estaban las hadas
protectoras del niño
que no vinieron con la clara estrella
de su vara de armiño
a tocar en la fernte a la hija mía,
a devolver la luz a aquellos ojos
y a arrancar de mi pecho los abrojos
de esta inmensa agonía,
de este dolor eterno, de esta angustia
infinita, fatal, inmensurable;
de este mal implacable,
que deja el alma mustia
para siempre jamás, que nada alcanza
a mitigar en este mundo incierto?

¡Nada! Ni la esperanza
ni la fe del creyente
en la ribera nueva,
en el divino puerto
donde la barca que las almas lleva,
habrá de anclar un día;
ni el bálsamo clemente
de la grave, inmortal filosofía;
ni tú misma, doliente
inspiración, divina poesía,
que esta arpa de lágrimas me entregas
para entornar el salmo de mi duelo...
Tú misma, no, no llegas
a calmar mi dolor...

¡Abrase el cielo!
¡Desgájese la gloria en rayos de oro
sobre mi frente..., y desdeñosa, altiva,
de su mal sin consuelo
al celestial tesoro
el alma mía cerrará su puerta;
que ni aquí ni allá arriba,
en la región abierta
de la infinita bóveda estrellada,
nada hay más grande, nada
más grande que el amor de mi hija viva,
¡más grande que el dolor de mi hija muerta!







César Borja Lavayen

Nació en Quito-Ecuador el 6 de febrero de 1851 y murió en Guayaquil-Ecuador el 31 de enero de 1910. Perteneció al movimiento parsanismo y modernismo. Fue un médico, investigador, poeta, diputado, político y alcalde de Guayaquil, además de ser docente universitario. Sus versos iban recaudando influencia francesa, se le acredita como el primero en dar a conocer la estética parnasiana en Ecuador.



Obras:

  • Paisajes de Las Cordilleras
  • Pan en la siesta
  • Flores tardías


                                                              Flores tardías


¡Piedades! (¿hay humanas piedades en el mundo? ) 
¿quiénes seréis vosotras? ¡ni entonces lo sabré! ... 
Mi sueño será eterno; mi sueño, muy profundo ... 
¿En qué piedad reposaré?


Piedades ... ¡Oh piedades! -vendréis a mis despojos: 
es fuerza que al cadáver lo lleven a enterrar;
ni os tocarán mis manos, ni os mirarán mis ojos: 
me llevaréis a descansar.


Mi pechó será mármol, mi sangre será nieve. 
Y el plasma que fue vida de espíritu y razón 
dulce panal de vermes, que en lo interior se mueve 
y no lo siente el corazón.


¡Oh, fúnebres piedades de póstumo consuelo! 
cavad, cavad profunda la fosa, para mí;
cavadla en tierra dura, donde es más duro el suelo 
como la vida que viví.


Ponedme bien, al fondo; mi rostro hacia el abismo, 
a que mis ojos palpen mi eterna oscuridad:
a que mis labios toquen en el silencio mismo 
de la inmutable eternidad.


Echadme tierra y tierra, pisándola a cubrirme: 
que llenen bien la fosa compacta y a nivel, 
yo quiero con la tierra sedienta confundirme 
que chupe el jugo de mi piel.


Ni lápida ni túmulo: quiero una piedra grande, 
como la del sepulcro del Mártir de la Cruz: 
un trozo de granito de los que rueda el Andc 
al aire libre y a la luz.


No quiero sombra de árbol ni de ciprés; -no quiero 
que me vigile el cuervo, ni la serpiente vil,
ni el salmo de blasfemias del pájaro agorero, 
ni la ironía del reptil.


Piedades de este mundo, dejad que las deidades 
de la intemperie libre, la noche, el viento, el sol, 
sobre mi tumba canten sus bíblicas piedades 
con el canoro ruíseñor.


¡Piedades de este mundo!, debajo de la piedra 
de cada fosa, hay germen eterno de piedad;
dejad al germen libre; que brote de él la hiedra, 
con su sencilla caridad.


Dejad que broten plantas de espinas y de abrojos; 
Punzantes son, mas tienen su primavera en flor, 
ciñéronse a mis sienes, ciñéronse a mis ojos,
¡Ah! ya conozco ese dolor ...


Dejad que broten libres la grama y la maleza: 
son plantas de espontáneo, silvestre florecer; 
bella piedad que teje la gran naturaleza 
sobre el misterio del no ser.


Debajo de la loza lucha en la tierra el germen 
profundo, rico en savias de aroma y de matiz: 
libando los despojos que allá en el fondo duermen, 
echa profunda su raíz.


Profunda nace; crece, surge a la luz y trepa 
y en torno de la piedra revienta a floración, 
sangre de carne en flores a engalanar la cepa, 
sangre quizás del corazón.


Y pasan intemperies: la noche, el sol, el viento; 
rocíos, o tormentas de lluvia torrencial,
y reflorece el broches sobre el mortal asiento, 
un nuevo amor primaveral.


Y pasa y pasa el tiempo que mata y que fecunda; 
y en cada planta pone la primavera fiel,
para la abeja ardiente, la flor más pudibunda, 
himen, aroma y dulce miel.


Y es tálamo la piedra, cubierta de verdura, 
lecho de amor, fragante, para el fecundo amor: 
música de alas tenues en cada flor murmura,
y hay un deleite en cada flor.


Llega la noche fresca, y es la verdura un nido
de amor, y el cuervo pasa: no hay carne a su avidez,-
la podre de la muerte se transformó en olvido,
y duerme en dulce placidez.


Nace en el Orto el día, -sube al Zenit, se inflama: 
céfiros, aves, flores, liras de linfa y luz,
dardos de sol de Apolo vibran en oro y llama 
sobre los brazos de la cruz.


Sobre la cruz, -leyenda de muerte, de martirio-
ponedme ese epitafio, poema y facistol,
que en él me canten salmos, el picaflor y el lirio, 
la noche, el céfiro y el sol.


¡Oh flores! ¡las queridas del alba y de la noche! 
ceñíos al madero de brazos de oración; 
modestas flores dulces, de perfumado broche, 
poned en cruz mi corazón.


Mi corazón -abismo que os engendró tardías-
nacisteis de su sangre, del fondo de su horror, 
nacisteis poco a poco, para piedades mías,
bajo la piedra del dolor.


Flores de zarza, flores de espinos y de abrojos, 
nacisteis desgarrando mi corazón mortal, 
punzantes a mis sienes, punzantes a mis ojos, 
brotes de herida sin igual.


Mi vida os dio la vida: mi vida, fértil vaso 
de amor y fe, colmado de lágrimas y hiel: 
tardías dulcamaras, nacisteis de un regazo 
de amargo acíbar y de miel.


Sobrevividme ¡oh flores!: mi corazón enfermo 
os dio su amor, su fibra, su sangre y su latir: 
nacisteis cual la zarza de la aridez del yermo, 
piedad de intenso revivir.


Creced sobre la piedra que cubra mi cadáver, 
en bella, impenetrable, fecunda floración: 
creced cual la amapola, que brota del papáver 
opio de paz del corazón.


Tejed, para mi tumba, muelle tapiz florido, 
sobre la hiedra lacia de verdinegro tul: 
quizás entre vosotras vaya a tejer su nido, 
para cantar la vida, para arrullar mi olvido, 
el ave de mis versos, mi ruiseñor azul.







José Joaquín Ortiz

Nació en Tunja-Colombia el 10 de julio de 1814 y murió en Bogotá-Colombia el 14 de febrero de 1892. Perteneció al movimiento del romanticismo, fue escritor y poeta colombiano, estaba especializado en temas políticos. Creó el primer periódico de Colombia especializado en la difusión de las letras nacionales. Algunos de sus poemas hacían referencias a la colonización.
 



Obras:
  • Mis horas de descanso
  • Poesías
  • María Dolores

La bandera colombiana 

¡Oh! La bandera de la Patria es santa, 

flote en las manos que flotare; ora 

volviendo vencedora, 

entre lluvia de flores 

al son del himno que su gloria canta, 
o de la adversa lid acaso vuelva... 

¡Oh! ¡De la patria la bandera es santa! 
Y si hay un ciudadano que pensando 
en el secreto de su alma diga: 
“está en indignas manos”, ese puede 
a su madre negar en su ira insana; 
no tiene corazón, y entre sus venas 
empobreció la sangre colombiana.



Emily Dickinson

Nació en Massachusetts-Estados Unidos el 10 de diciembre de 1830 y murió en el mismo lugar el 15 de mayo de 1886. Perteneció al movimiento del romanticismo, proveniente de una familia adinerada, lamentablemente, la mayoría de sus trabajos fueron modificados quitándose la esencia de sus poesías, a pesar de esto, es considerada una de las poetisas más importantes de Estados Unidos.





Obras:

  • En mi flor me he escondido
  • Otros pies van y vienen por mi huerto
  • Morir no duele mucho

En mi flor me he escondido

En mi flor me he escondido
para que, si en el pecho me llevases, 
sin sospecharlo tú también allí estuvieras...
Y sabrán lo demás sólo los ángeles.

En mi flor me he escondido
para que, al deslizarme de tu vaso,
tú, sin saberlo, sientas
casi la soledad que te he dejado.


Ada Christen

Nació en Viena-Austria el 6 de marzo de 1839 y murió el 23 de mayo de 1901. Perteneció al movimiento del naturalismo, su primer trabajo fue vender flores debido a la miseria en la que se encontraba. Tras la muerte de su primer esposo, se casó con Aldamar Van Breden y comenzó a escribir seriamente, cosa que al principio no la llevó al éxito, pero con las publicaciones de comedia que sacó a medida del tiempo, fue ganando fama.



Obras:
  • De las cenizas (Aus der asche) 
  • Faustina
  • Canciones de una niña perdida
Un judío

El pequeño Mützlein,
movido en el cuello
con zapatos viejos
desempolvando y remedando
la ropa podrida
sucia y arrugada

Su rostro amarillo
A través del miedo y la intemperie
El pelo blanco
Desorganizado y salvaje
Los ojos inteligentes
Breve reconciliación
A la vuelta de la boca
Un sonriente tren

Lamenta la cantidad de la vergüenza
El anciano llevaba una vez
Como ansiosa sonreía
Él temblando
Su cabeza inclinó
Antes de siervo y el amo

¡Se fue la luz!
Era libre
La maldición y la vergüenza
Pasaron por
Desde su miseria
Sólo sé
Sonrisa del esclavo
Medidor de profundidad





A continuación, un vídeo  para comprender mejor la poesía del siglo XIX

https://www.youtube.com/watch?v=7rwyZcUA-ek


















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